“Ustedes han sido salvados porque aceptaron el amor de Dios. Ninguno de ustedes se ganó la salvación, sino que Dios se las regaló. La salvación de ustedes no es el resultado de sus propios esfuerzos. Por eso nadie puede sentirse orgulloso”. Efesios 2.8-9 TLA
Realmente estamos acostumbrados a obsequiar algo
a aquellas personas que, hasta cierto punto, se han portado bien con nosotros.
En nuestro interior decimos: “Le regalaré algo a aquel porque ha sido bueno
conmigo”. No cuesta mucho dar cuando hemos recibido de otro. Es como
corresponder por lo que han hecho por nosotros.
¿Te imaginas obsequiar algo a aquel que ha
vivido ignorándote? ¡Ni loco lo hiciéramos! “¡No vale la pena gastar!”
–dijéramos-.
Sin embargo, ese no fue el caso de Dios con
nosotros. Su amor no se basa en que nosotros seamos buenos con Él. El amor de
Dios se basa en que Él es demasiado bueno con nosotros. ¿Me explico?
Dios envió a Jesucristo no como correspondencia
sino más bien como misericordia.
¿Qué le obsequiamos a Dios para que nos enviara
a un Salvador? ¡Nada!
Seamos muy honestos… ni tan
siquiera pedimos un Salvador. ¿Por qué? porque nos convertimos tan inútiles,
que no había nada de bondad en nosotros. Y si no había nada bueno, ¿Cómo
pediríamos a Dios algo bueno?
Pablo recalca a la Iglesia de Éfeso: “Ustedes
han sido salvados porque aceptaron el amor de Dios. Ninguno de ustedes se ganó
la salvación, sino que Dios se las regaló. La salvación de ustedes no es el
resultado de sus propios esfuerzos. Por eso nadie puede sentirse orgulloso”.
Efesios 2.8-9 TLA
La salvación no es una correspondencia por
nuestra bondad. La salvación no es un salario que Dios nos pagó por nuestras
obras. ¡No!, la salvación es un regalo de Dios.
ERAMOS ESCLAVOS DEL PECADO
Hermanos, una cosa es clara, nosotros éramos
esclavos del pecado (Romanos 6.6-18) y nuestro único salario que podíamos
recibir era la muerte (Romanos 6.23), no había más.
Pero Dios, en su abundante misericordia, envío a
Cristo Jesús, para comprarnos y hacernos hijos y ya no más esclavos del pecado.
¡Bendito sea Dios por Su gran bondad!
Mientras que el obrero espera su salario, el
esclavo espera misericordia.
Es por eso que, la salvación del Señor no es un
pago a un obrero, sino un regalo a un esclavo.
¡Recibe el regalo de Dios! ¡Su amor nos hace
libres!
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